SUPERAR NUESTRA
INDEFINICIÓN
/ Che
vos quién sos?
La ambivalencia de nuestras posturas
ante los dos modelos mundiales en pugna, que mencionáramos en la
nota anteriori,
se funda en la indefinición sociocultural. Es decir, en la
ausencia de un perfil propio, aceptado y unívoco, en la manera
colectiva de ser que tenemos, como conjunto humano subcontinental.
Esta indefinición, sin embargo, no es el producto de una falla
genética colectiva; obedece a causas sociológicas específicas.
Veamos esto con más detalles.
Los factores que determinaron la
existencia de dicha indefinición sociocultural son principalmente
cuatro. La existencia de pueblos originarios numerosos,
culturalmente sólidos y extendidos por todo el territorio
subcontinental, es el primero de estos factores. La débil cultura
“mercantil salvacionista”ii
de los países ibéricos conquistadores, que no tuvo la coherencia
ni la solidez de la posterior civilización capitalista moderna, es
el segundo factor importante. La coexistencia obligada de tres
cuantiosas poblaciones culturalmente muy diferentes – la
originaria, la ibérico europea y la africana – puede
considerarse el tercer factor causal de la indefinición
sociocultural. Y, por último, el poco tiempo de vida colectiva en
común, en comparación con otras poblaciones del planeta, que
multiplican por decenas o centenas nuestros escasos quinientos
años. Hay, sin embargo, una quinta causa, que encuadra y enmarca
las cuatro anteriores. Consiste en que, a lo largo de estos cinco
siglos, la élite dominante se consideró parte de la “civilizada”
Europa y opuesta a las “barbaries” nativas, a la vez que
estructuró sus países como dependientes económica, política y
culturalmente del viejo continente. Dichas élites se constituyeron
así, en un obstáculo permanente al desarrollo y consolidación de
un perfil sociocultural propio.
A pesar de todo, las cinco centurias de convivencia colectiva en
esta tierra común, no pasaron en vano en términos de construir
una configuración sociocultural característica, así como una
conciencia de pertenencia a la misma realidad geopolítica. De
hecho, los crecientes y múltiples vínculos de cercanía
territorial, sociales, económicos, laborales, comerciales,
políticos y hasta familiares, entre los miembros de las tres
diferentes poblaciones convivientes, generaron una amalgama de
formas de pensar, sentir y actuar, que fueron la base de una
formación social y cultural similar, distinta a todas las otras
del planeta. El desenvolvimiento de esta vida en común a lo largo
de los años fue generando, además, múltiples experiencias
colectivas compartidas, que crearon una identidad popular común.
De manera tal que, en contraposición a los cinco factores arriba
señalados, estas vinculaciones y experiencias colectivas, fueron
configurando un perfil sociocultural propio. Perfil que se
encuentra, a la vez, tan sólidamente establecido en nuestra
sociedad subcontinental, como poco identificado, explicitado,
definido y aceptado públicamente.
Algunos rasgos del mismo, son los que detallamos a continuación.
Tener un claro sentido de la hermandad humana universal a la vez
que profesar un sólido humanismo, es uno de ellos; proveniente
tanto de la experiencia propia de convivencia entre pueblos muy
diversos a lo largo de los años, cuanto de principios heredados
del catolicismo ibérico y de algunas culturas originarias, como la
guaraní y la quechua. Asignar una importancia principal y
prioritaria a la vida en paz, tanto la particular como la
internacional, es otro; de hecho, desde las independencias
nacionales, casi no se registraron guerras entre países de la
región y las que hubo – como la de la triple alianza contra
Paraguay o la del Chaco boliviano paraguayo – fueron promovidas
por fuertes intereses externos, mas que por conflictos propios. Un
tercer rasgo, heredado de todas las culturas originarias, es una
arraigada conciencia de vinculación con la naturaleza y, más aún,
la certeza de formar parte de ella; si bien esta creencia no está
hoy generalizados masivamente, sí se encuentra en rápido y
vigoroso crecimiento ante el grave deterioro ambiental, pero al
estar fundada en hondas raíces ancestrales, adquiere un carácter
particular. Con el mismo origen, aunque reforzado por algunas
tradiciones africanas e ibéricas y europeas, el sentido de
pertenencia ineludible a una comunidad por parte de las personas
individuales, es otra característica de nuestro perfil
sociocultural; convicción que fue claramente expresada por todos
los movimientos populares de estas tierras, en tanto los ingentes
esfuerzos para imponer una cultura individualista, no lograron
eliminar esta conciencia comunitaria. Más aún, han potenciado las
aspiraciones de construir comunidades mejor organizadas y más
justas, en las que el protagonismo popular haga que, por ejemplo,
la economía esté al servicio del bienestar social colectivo, en
lugar de orientarse exclusivamente al beneficio individual.
Destacando algunos otros rasgos, no exclusivos de nuestro perfil
pero sí intrínsecos de nuestra manera de ser, podemos mencionar
una íntima armonía corpóreo-musical, expresada, entre otras
cosas, en los múltiples y variadísimos bailes, ritmos y canciones
que creamos y ejecutamos en estas tierras.
De manera que, sobre la base de estos y otros rasgos que nos dan
un perfil propio, estamos claramente en condiciones de superar
nuestra indefinición sociocultural. Para lograrlo hace falta
ampliar y consolidar la conciencia colectiva sobre nuestra
identidad común y definir con claridad las características
básicas de dicha identidad sociocultural. En concreto, la
ampliación e intensificación de vínculos entre los centros de
pensamiento autónomo de nuestros países, con el fin de definir
mejor y difundir más ampliamente nuestro particular perfil
sociocultural, es uno de los dos caminos claves que debemos seguir
para superar la indefinición que nos aqueja. El desarrollo de la
unidad político institucional entre los países que conformamos
Abya Yala, con el consiguiente fortalecimiento de la conciencia y
la determinación colectiva, es el otro. Avanzar en ambos caminos
supone, claro está, una transformación interna importante:
incrementar el poder social de los sectores y clases hasta hoy
dejados de lado y discriminados por las élites tradicionales.
Modificando sustancialmente, de esa forma, el horizonte dirigencial
de nuestros países. Tales procesos de cambio nos posibilitarán,
no sólo constituir un bloque de poder mundial independiente de los
existentes, sino también impulsar un desarrollo civilizatorio
capaz de superar la civilización capitalista moderna. Ciertamente,
este camino implica sobreponerse a muchos y sólidos obstáculos,
así como aprovechar varias e interesantes oportunidades. De estos
temas nos ocuparemos en las próximas notas.
Lic. Carlos A. Wilkinson